La vida tiene sus etapas. Todos las conocemos, y por mucha preparación que tengamos, nunca estamos completamente listos para cada una de ellas. Y lo bonito es que cada uno de nosotros es un universo con cosas, memorias y vivencias muy particulares. Uno nunca sabe cuál es el gatillo que te enviará la bala con la cual te darás cuenta de la etapa en que estás.
Algunos tienen la suerte de madurar a medida que pasa la vida y tienen estas transiciones un poco mejor programadas, aunque entiendo que el choque puede ser igual de fuerte, conciente es verdad, pero choque al fin. Otros, como su humilde escritor, tienen la desdicha que madurar cuando el árbol ya se hizo leña y está en medio del proceso de carbonizarse.
Estaba en el tradicional corte de pelo; y el peluquero, luego de la charla igual de tradicional, me acerca el espejo móvil para que, con el doble reflejo pueda ver la calidad del trabajo detrás de mi cabeza. Esta operación para mí es como cuando te dan para degustar el vino, 9 de 10 veces solamente haces una mímica y asientes con la cabeza como cuando César perdonaba a algún gladiador. Sin embargo, 1 de 10 veces realmente haces la operación de revisión con todas las de la ley; y esta vez estaba ahí. Era un agujero de ozono que había producido la sequía de al menos 5 millones de hectáreas de mi amazonía en la zona de la corona.
Y no es que tenga cabellera para repartir; muy al contrario, a ritmo acelerado mi frente ha ido multiplicando los metros cuadrados de manera sostenida los últimos 15 años. Así que, sin ninguna razón ni justificativo, así de repente, sentí esa bala de vida que marcaba un antes y un después. Bueno, seguro marcaba el antes, lo que me preocupa es no saber si habrá un después.
El primer reflejo que uno tiene es el de esa pequeña depresión post-parto, que se queda unos días en la cabeza, para poder curar la herida de bala. Luego vienen unas ganas de ver un resumen de lo que ha pasado, algo que cierre ese capítulo, que nos deje con un sabor agradable y justifique el seguir viviendo. Y si, de vez en cuando me permito ir a la cama con pendientes que me colocan ideas de suicidios inmediatos. Pero no puedo permitir eso para cerrar estos grandes capítulos.
Pero hacer resúmenes de vida del pasado solamente se puede ir haciendo desde diferentes ámbitos. En este caso comencé con el más sencillo, el profesional. Mi padre trabajó en IBM en 1967 y mi madre trabajó en una petrolera a fines de los 70. Con esto quiero decir que ambos trabajaron con computadoras casi desde que salieron de sus estudios superiores. Así que de pequeño rondaban por la casa: reglas de cálculo, floppy disks, tarjetas de programación de cartulina, y habían algunos textos de programación de computadoras... esto a principios de los 80.
Con lo cual nunca me fueron muy ajenos ningún dispositivo que tuviera una pantalla. En 1982 o 1983 me acuerdo que iba a las terminales Wang del trabajo de mi padre y era fascinante para mi el poder utilizar el cursor como auto de carrera al dejar una pequeña estela verde por donde pasara en la pantalla.
Y luego llegaron las PS 2 de IBM. Una barbaridad de modernas. Ahí quedé cautivado por Paratrooper. No entendía exactamente lo que pasaba por dentro pero ya sabía que primero colocaba el floppy de MSDOS 2.2 y luego se lo sacaba porque ya todo lo que necesitábamos estaba en memoria; para poner finalmente el floppy del juego y ejecutarlo. Así pasé de juego en juego hasta llegar al Digger.
Obviamente en la casa ya comenzamos a tener computadora (1987) con una Texas Instruments de 2Mhz y que tenía un botón turbo que la hacía ir hasta 4Mhz: una locura. Me acuerdo que lograr que la máquina prenda era un complejo manejo de los pines en la tarjeta madre así como un sin fin de configuraciones en el BIOS. Misma operación cuando intentamos conectarla a una impresora Epson. Esa máquina pasó muchísimos días abierta. Pero una vez que ya se estabilizó era un avión.
Comencé a programar en Basic por motivación de mi padre que me pasó un par de libros sobre el tema. Y así, iba desarrollando un poco de lógica resolviendo pequeños problemas desde 1987, han pasado 37 años de eso. Lastimosamente siento que para poder programar bien y rápido me faltan otros 37 años y no creo que me alcance la vida, aunque la verdad nunca se sabe. Esta inmadurez es una excusa para poder seguir vivo, digo yo, debe ser posible disfrutar y admirar lo que uno puede hacer cuando realmente madura en algun tema en particular. Alguna vez le preguntaron a Baryshnikov a sus 60 y tantos cómo se sentía; y dijo que seguramente sus mejores días todavía no han llegado; pero que estaba cerca por toda la pericia y madurez con la que él sentía que ejecutaba ahora todos sus movimientos... un capo.
Otro día seguiré con el resumen para documentarlo oficialmente; pero el mensaje principal ya pasó entre líneas. Alargar esto haría de esta lectura un momento insufrible.
Comentarios