Indefectiblemente cuando se hace cualquier retrospectiva, uno no puede dejar de arrepentirse de algunas cosas. A veces lo decimos muy bajito y solamente lo escucha nuestro subconsciente; otras veces hasta lo escribimos. Pero en todo caso, siendo un poco sinceros con nosotros mismos, siempre tenemos esas astillas de arrepentimiento en diferentes ámbitos. Este cuento tiene que ver con el ámbito profesional, aunque está bastante influído por otros ámbitos en mi vida. Siempre sentí fascinación por lo lógico que se sentía programar. El poder entender las cosas de manera tan cristalina; de estar tan seguro que una cosa iba a funcionar muchísimo antes de que se pusiera la primera línea de código. Todas las piezas de lego se encuentran ante tus ojos y, con la ayuda de unas cuantas teclas puedes moverlas y ponerlas juntas, separarlas, volverlas dinámicas, cambiarles absolutamente todo. Es tan poco natural el ver el potencial de creación y no hacer nada. Así que lo más normal es ponerse a hacer
Es lo bueno de poder escribir sin oidos, sin que los muros tengan caras que te critiquen todo. El hecho de ser anónimo en el mundo. Pero al mismo tiempo visible. Es el equivalente de estar caminando en una ciudad con mucha gente. Sí, estás ahí, pero nadie te ve ni le importas. Muy probablemente si te pasase algo nadie se pararía a ayudarte. Si bien en la realidad física esto es lamentable. En la virtualidad se siente más como una cualidad. Ok, ahora estamos delante de las teclas y no sabemos muy bien lo que tocará comenzar. El día ha sido particularmente poco productivo, y ya van varios así. Ha sido una acumulación de sinsabores. Si algo me gustaba de esta corta vida era el de poder disfrutar trabajando. Y hoy sabe a una sopa sin sal. Tanto es así que ha tenido que venir a mi rescate el gusto por hacer actividad física. Con la excusa de que el entrenador es un viejo conocido; o con aquella de que un amigo quiere entrenar conmigo; cada vez estoy escapando más horas de la semana a hacer